El amor me acogió, más mi alma se apartaba, culpable de polvo y de pecado.
Pero el Amor que todo lo ve, observando mi entrada vacilante se acercó hasta mí diciéndome con dulzura:
¿Hay algo que eches en falta? Un invitado, respondí, digno de encontrarme aquí. Tú serás ese invitado, dijo el Amor. ¿Yo, el malvado, el ingrato? ¡Ah, mi amado! Yo no puedo mirarte.
El Amor tomó mi mano y replicó sonriente:
¿Quién ha hecho esos ojos, sino yo ?
Es cierto, Señor, pero yo los ensucié, que mi vergüenza vaya donde se merece.
¿Y no sabes, dijo el Amor, quién ha tomado sobre sí la culpa?
¡Mi Amado! Entonces podré quedarme…
Siéntate, dijo el Amor, y degusta mis manjares. “Así que senté y comí”.
- Simone Weil memorizó este poema, y a menudo, en los momentos de crisis de dolor de cabeza, lo recitaba. Poema de los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII en especial de George Herbert. -
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